viernes, 5 de octubre de 2012

A mi madre (in Memoriam)

Reflejo a continuación las palabras que escribí para pronunciar al término del funeral de mi madre, Lola de la Cuadra Herrera, nacida el 3 de febrero de 1928 y fallecida el 28 de septiembre de 2012. No resultó sencillo, por eso quiero compartirlas también con los que no pudieron asistir a dicho acto, celebrado el 4 de octubre de 2012.


Mis hermanos me han pedido que diga unas palabras, y pienso que a mi madre también le habría gustado. De hecho, creo que ella me está escuchando en este momento.

Mi madre no era una sencilla mujer de su tiempo, sino todo lo contrario. Para muchas cosas era bastante atípica. No era conformista ni resignada, sino luchadora y perseverante. Innovadora y mucho más vanguardista de lo que parecía a simple vista. Los domingos compraba un segundo periódico para conocer todas las opiniones. Le daba una importancia extrema a los estudios y al trabajo.

Siempre fue cariñosa y protectora de los colectivos más débiles. Le encantaba hacer favores a algunas personas que ella elegía.

Era asertiva, entendiendo esto como la no dejación de sus derechos. Incluso, le gustaba tener derechos para no ejercerlos, como por ejemplo, el carnet de conducir, cosa rara en una mujer en los años 50. Sin declararse feminista, tenía algo parecido al feminismo, pero de aquella época.

Respondona, según decía, desde su infancia, poco acostumbrada a morderse la lengua, a veces decía lo que pensaba en vez de pensar lo que decía. Defensora de causas perdidas, contaba la siguiente anécdota de su colegio de monjas en Jaén: un día castigaron a su mejor amiguita y la profesora explicó a las demás niñas que había que separar a la manzana podrida del resto, para que no se contagiase el cesto. Dicho esto, mi madre preguntó a la profesora con ironía y aparente ingenuidad sobre a qué pasaje del Evangelio pertenecía semejante parábola.

Era impulsiva y emocional. Muchos recordaréis de ella el extraño e incontrolable acto convulsivo, por el cual y después de una buena comida estornudaba involuntariamente hasta más de 20 veces seguidas. Pero solo le ocurría si la comida y la compañía le habían resultado grata.

Era una persona muy locuaz, con una curiosa capacidad de comunicación, que llegaba de forma muy distinta a unos y otros. Ilustraba sus argumentos con anécdotas a modo de ejemplo, y aún no sabemos por qué, a esto le llamaba chilindrinas. Y saltaba de un tema a otro utilizando mínimas conexiones, lo que provocaba que pudieras estar charlando con ella sin silencios durante horas y horas. Era una buena oradora en cualquier circunstancia, incluyendo las reuniones con muchos asistentes. Y también escribía magníficas cartas.

Además tenía el típico gracejo andaluz, era extrovertida y resultaba divertida. Recuerdo como reía con grandes carcajadas.

Era una persona muy inteligente y con mucho talento, en especial para los números. Le gustaba expresar opiniones singulares y daba enfoques inusuales a la resolución de problemas. Y la intuición le hacía adivinar mediante indicios débiles, o incluso inexistentes, verdades como puños.

Con independencia de sus filias y sus fobias, cuando se proponía ganarse a alguien, casi siempre lo conseguía. Se desvivió por nietos y nueras, siempre pendiente de lo que quería cada uno, de sus fechas y de sus gustos. Siempre fue generosa en los cumpleaños y en general con su prójimo. Si uno de sus nietos se acercaba a ella con un amigo, invitaba con dos euros al nieto y con otros dos al amigo.

Tenía sus frases y expresiones favoritas, “la humildad es la verdad”, “las caperuzas de Sancho”, “si sale con barba San Antón”, “el huevo y el fuero”, etcétera pero la que más le gustaba repetir era: “Por sus frutos los conoceréis”, que era como se mostraba orgullosa señalando a sus hijos.

Le gustaban las fiestas y las reuniones, era muy sociable y le encantaban las bodas. Procuraba asistir a todas y siempre que se le proponía un viaje, se animaba a hacerlo. Y hasta el final se animaba a ir al cine o a comprar.

Le gustaba mucho sacar parecidos: “este es como su padre”, “aquel como su tío”. Bromeaba sobre lo poco que se parecen los hermanos en las películas del cine.

Le encantaba encontrar significados a las fechas. Lo encontró a la de fallecimiento de su padre y de su marido. Ella falleció la víspera del día de los arcángeles, santo de su hijo Rafael y de mi padre. Supongo que habría dicho otra de sus frases favoritas “por las vísperas se conocen las fiestas”. También le encantaban los refranes.

Se jactaba de algunas cosas que sabía que no hacía bien. Por ejemplo su agilidad o cantar. Y pronunciar palabras o nombres extranjeros. Lo achacaba a un defecto de oído. Respecto a la pronunciación, incluso en español, se agarraba a una frase de un poeta según la cual “los Andaluces son los que mejor hablan el castellano, pero peor lo pronuncian”. Y adoptaba giros de castellano antiguo que empleaba cuando era menester.

En sus últimos años se excusaba de si misma señalando que la vejez acrecentaba más los defectos que las virtudes. Y hasta el final, le funcionaba tan bien la cabeza y tan mal el cuerpo que esperaba pacientemente a que alguien pasase cerca del interruptor o de la ventana, para pedirle que encendiera la luz o bajara la persiana. Pero aún me resulta asombroso que siempre guardó una memoria prodigiosa y recordaba anécdotas de otros o mías que yo mismo había olvidado.

Le encantaba adivinar menús, amueblar una casa aprovechando muebles de otra o reutilizar los restos de una comida en la del día siguiente. El reaprovechamiento de los recursos en general era algo de lo que más le gustaba.

Como buena madre, su pasión eran sus hijos. Nos mimaba y nos reconfortaba siempre. Siempre estaba ahí, preocupándose en exceso por cada uno de nosotros. Si le transmitías un problema trataba de ayudar a solucionarlo durante días y días. Y a veces proponía una solución insólita y daba en el clavo.

Apreciaba con locura a sus hermanos: la inteligencia de su hermano Antonio y el “saber estar” de su hermano Ramón. A sus hijos varones, nos llamaba frecuentemente por el nombre de otro, mezclado con el de sus hermanos. En los últimos años, incluyó en la macedonia de nombres a los nietos, llamando a Guillermo frecuentemente Javi o a Pablo, Rafa.

Con quien nunca se equivocó fue con Chantal. Era imposible. Chantal fue la lotería de su vida y es la lotería de todos los que estamos cerca de ella. El trato de Chantal hacia mi madre ha sido tan generoso que no se puede explicar en este rato, ni en otro rato mucho más grande. Pero como todos los que la conocéis sabéis como es, nunca mejor dicho: sobran las palabras.

Estos últimos días de dolor veo ahora que no han resultado estériles. Nos han servido para despedirnos, para llorar y para abrazarla como pocas veces lo habíamos hecho. Y hemos tenido esta suerte gracias a Dios. Y he aprendido que hay que aprovechar más ocasiones para decirnos estas cosas, porque quizá en otro momento no tengamos la oportunidad.

Sabemos que ya está tocando a la puerta del Cielo y pidiendo sitio y un puesto de privilegio para cuando lleguemos los suyos. Estoy seguro de que a mi me intentará reservar una ventanilla, porque ella siempre supo lo mucho que me gusta mirar la Tierra desde el Cielo en los aviones. Hará lo que sea menester para que todos tengamos el mejor sitio posible.

Como tengo que terminar, porque esto podría ser mucho más largo y por todo lo bueno que nos has dado, quiero resumir todo lo anterior en solo tres palabras: “MUCHÍSIMAS GRACIAS, MADRE”.